Las enfermedades neurodegenerativas, hereditarias o adquiridas, afectan tanto a la musculatura como al sistema nervioso. Son crónicas (desde que aparecen, sus efectos duran toda la vida), pero esto no implica que no puedan tener un tratamiento orientado a hacer más llevaderos sus síntomas, y a ralentizar la pérdida de capacidades neuromusculares, siempre teniendo en cuenta las características propias de cada enfermedad.
Al igual que cada enfermedad neurodegenerativa tiene sus aspectos diferenciadores, cada paciente tiene unos condicionantes físicos y psicológicos que marcarán tanto los ejercicios como el trabajo de motivación para realizarlos (muchas veces más importante que la actividad física en sí, sobre todo en los primeros momentos del trabajo.
Por ello vamos a presentar lo que, a nuestro parecer, debería ser la tabla de objetivos sobre la que debe basarse un programa de “lucha” contra los síntomas (físicos y psicológicos) de estas enfermedades:
· Mejora de la capacidad física general: A través de un programa de ejercicios adaptados a las particularidades de cada enfermedad y paciente, se busca alcanzar el estado físico óptimo para ralentizar el deterioro asociado a la degeneración neuromuscular.
· Trabajo de propiocepción: La pérdida de movilidad que generan estas enfermedades trae consigo un cambio en la percepción del propio cuerpo, dando lugar por desgracia a tropezones, caídas…haciendo necesaria una reeducación a nivel postural, de readaptación al movimiento, de coordinación de los segmentos corporales, y de asimilación de la información enviada y recibida por el sistema neuromuscular.
· Mejora de la fuerza y la flexibilidad: El sedentarismo asociado a los problemas de movilidad que caracterizan a estas enfermedades influye negativamente en la fuerza y elasticidad muscular. Ello dificulta, por ejemplo, la transición, de la silla a la cama, la movilidad para la vida diaria… Con un programa individualizado de entrenamiento podemos mejorar sensiblemente ambas características físicas, ralentizando además el deterioro físico propio de estos diagnósticos.
· Control del metabolismo: La falta de movilidad trae consigo una variación en el sistema metabólico, pudiendo generar una ralentización del mismo, con consecuencias tales como sobrepeso, pérdida del mismo, problemas a la hora de asimilar nutrientes… La estructuración de una dieta acorde con el gasto calórico de cada paciente ayuda al control de estos problemas.
· Prevención de problemas óseos y del aparato locomotor: Tanto los huesos como los ligamentos y tendones, necesitan un mínimo de actividad voluntaria y dirigida, para permanecer en un estado óptimo de densidad, movilidad, y evitar tanto porosidades como descalcificaciones por un lado, y acortamientos y rigidez por otro.
No queremos dejar de lado, y por ello lo remarcamos fuera de esta tabla, los beneficios psicológicos que todos estos cuidados traen consigo. Y es que, para pacientes que sufren el mazazo de un diagnóstico de estas características, sentirse capaces de mejorar sus movimientos, sus respuestas a problemas de coordinación, una evidente mejoría física (en la que no podemos obviar el componente estético), y de ralentizar la velocidad de empeoramiento de los síntomas asociados a su enfermedad, supone la primera de las victorias en un camino que solo traía derrotas, y la confirmación de que en su mano está como afrontar el día a día.
Mariano Pelayo.
Coordinador Piscina Climatizada La Nucía y Entrenador Personal.
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